jueves, 30 de agosto de 2012

La poesía es el diario de un animal marino
Que vive en la tierra y espera volar por el aire.

CARL SANDBURG





RAÚL GUSTAVO AGUIRRE

EL MILAGRO

Porque si llega, cuando llegue,
llegará como es:
fácil, claro, sencillo,
sin grandes resplandores,
sin que la tierra tiemble,
sin que el cielo se nuble.
Será suave y fraterno
con su mano en tu hombro.

No habrá cambiado casi nada:
sólo tu corazón.


MARIO TREJO

ULTIMÁTUM A UN JOVEN POETA

 

Que el pan sea pan y mar el mar
Basta de conjeturas
Murciélagos lunares o roedores de orquídeas Toda palabra tiene precio
Las palabras que atacan como rayos o víboras
Y también madre
Amigo
Y alcohol y cama y mesa
Y el hijo concebido a dulces empujones
Y los hongos que provocan destellos de amor
O resplandores de muerte
Y el poeta que cae bajo las balas
Como un sol que la noche acribilla

Que el pan sea pan y mar el mar
el agua eterna
Pero la sed eterna
Para poder decir al fin:
He hallado un pan junto al mar
Los buitres sobrevolaban mi amor
He mordido una orquídea
Los buitres disputaban un cuerpo querido
He guiado camiones y dormido en aserraderos
Los buitres devoraban a mi amada
Viajé de noche sobre la arena caliente
Invoqué los nombres secretos

Conjuré un maleficio
Contuve una catástrofe
Conduje un águila a su nido
He muerto con mis muertos y estoy vivo

Cuando llegué a la ciudad
Un loco vagaba por las calles
En su mirada había un cuchillo
Le di mi mano
Lo miré
Le hablé y mi voz duró entre los astros
Éramos sólo dos sobre la tierra
Pero éramos dos sobre la tierra

La soledad se hizo añicos
La poesía palabras

 

ALDO OLIVA

RASGO FUGAZ

Lo que está debajo de la línea
urdida en la invención geológica,
violentamente quebrada en
inmensas aguas y dislocadas masas
de tierra es una magnitud
que se eleva como un cielo
de terrorífico misterio:
real como un sueño,
futura como la infinitud,
como la generación del
más remoto, insondable principio.

Pero un tablón de andamio,
cayendo con su obrero
o, tal vez, una azalea,
pisoteada por la torpeza (o la furia)
de un buen hombre,
abre la sospecha de que la
conjetura de un límite se ha derrumbado,
de que la línea se ha borrado,
de que son sólo espanto y exaltación,
de que la muerte y el saber son,
apenas, un ensayo de vida.


 

ROBERTO THEMIS SPERONI

PADRE FINAL

 

Usar cebollas, inventar legumbres
para darle comida a un desdichado;
mondar frutos de robo, publicarse
las manos en el fiel de una balanza;
hurgar en las pestañas, dar saliva
para beneficencias y martirios,
mientras andar errando los graneros,
muriéndose los ríos, enfermando
las mariposas y el amor. Es grave.

Yo, que vengo de mí, de los testigos
agudos del maíz, de los hisopos,
de los peces cuajados por la sombra,
salgo a pedir perdón, levanto fraguas
de idioma elemental, pido que atiendan
que la mentira salte de su centro:
la lluvia no precisa de mordaza
ni el pájaro una brújula de plumas.
Una semilla nada más, un surco;
una pequeña esfera de confianza.

JORGE ENRIQUE RAMPONI

HOMBRE

 

Hombre beodo de piedra, de su vino de lápidas,
de su tufo de templo, de sagrado patíbulo,
convalece y escucha:
un élitro estival clama en tu pámpano,
oh alma que aun habitas tu cuerpo,
cuerpo que aun hospeda su sangre, sangre
que aun exige su liturgia terrestre.

Bulle en el corazón un encendido enjambre o venero de tórridas burbujas;
criaturas de un latido asumen su vigilia en el tallo de un pulso;
se heredan y suceden llamas de un leve pétalo votivo,
como lenguas de fuego entre voraces párpados
que inflaman su faceta púrpura y se retiran:
se percibe el humo de la vida que extinguen sus luciérnagas.
Canta pequeño pastor de unos días y una sangre
sobre la tierra, nuestra heredera y nuestra herencia,
canta, oh deudo, mientras vuelve a la heredad la dádiva,
gota a gota en su núcleo,
porque es honra del hombre libar lo que su oscura,
última flor contiene,
así madura la equidad del mundo,

oh héroe del corazón, cantando.

 

 

 


 



 

JUAN L ORTIZ

PARA QUE LOS HOMBRES

 

Para que los hombres no tengan vergüenza
de la belleza de las flores,
para que las cosas sean ellas mismas: formas sensibles
o profundas de la unidad o espejos de nuestro esfuerzo
por penetrar el mundo,
con el semblante emocionado y pasajero de nuestros sueños,
o la armonía de nuestra paz en la soledad de nuestro pensamiento,
para que podamos mirar y tocar sin pudor
las flores, sí, todas las flores
y seamos iguales a nosotros mismos en la hermandad delicada,
para que las cosas no sean mercancías,
y se abra como una flor toda la nobleza del hombre:
iremos todos hasta nuestro extremo límite,
nos perderemos en la hora del don con la sonrisa
anónima y segura de una simiente en la noche de la tierra.

miércoles, 29 de agosto de 2012

ENRIQUE MOLINA

LAS COSAS Y EL DELIRIO


Arde en las cosas un terror antiguo, un profundo y secreto soplo,
un ácido orgulloso y sombrío que llena las piedras de grandes
agujeros,
y torna crueles las húmedas manzanas, los árboles que el sol
consagró;
las lluvias entretejidas a los largos cabellos con salvajes perfumes
y su blanda y ondeante música;
los ropajes y los vanos objetos; la tierna madera dolorosa en los
tensos violines
y honrada y sumisa en la paciente mesa, en el infausto ataúd,
a cuyo alrededor los ángeles impasibles y justos se reúnen a recoger
su parte de muerte;
las frutas de yeso y la íntima lámpara donde el atardecer se condensa,
y los vestidos caen como un seco follaje a los pies de la mujer
desnudándose,
abriéndose en quietos círculos en torno a sus tobillos como un
espeso estanque
sobre el que la noche flamea y se ahonda, recogiendo ese cuerpo
melodioso,
arrastrando las sombras tras los cristales y los sueños tras
los semblantes dormidos;
en tanto, junto a la tibia habitación, el desolado viento plañe
bajo las hojas de la hiedra.
¡Oh Tiempo! ¡Oh, enredadera pálida! ¡Oh, sagrada fatiga de vivir...!
Oh, estéril lumbre que en mi carne luchas! Tus puras hebras trepan
por mis huesos,
envolviendo mis vértebras tu espuma de suave ondular.
Y así, a través de los rostros apacibles, del invariable giro del Verano,
a través de los muebles inmóviles y mansos, de las canciones
de alegre esplendor,
todo habla al absorto e indefenso testigo, a las postreras sombras
trepadoras,
de su incierta partida, de las manos transformándose en la gramilla
estival.
Entonces mi corazón lleno de idolatría se despierta temblando,
como el que sueña que la sombra entra en él y su adorable carne
se licúa
a un son lento y dulzón, poblado de flotantes animales y neblinas,
y pasa la yema de sus dedos por sus cejas, comprueba de nuevo
sus labios y mira una vez más sus desiertas rodillas,
acariciando en torno sus riquezas, sin penetrar su secreto,
mientras corren los grandes días sobre la tierra inmutable.

ALFREDO VEIRAVÉ

EL ZAMUÚ


La forma del Zamuu es tan ridícula como su nombre
dice Dobrizhoffer del palo borracho, o palo ebrio según los
españoles de la Real Academia: su tronco tiene un aspecto extraño es ancho como
un barril en el centro es redondo como la cintura de Ayesha
embarazada y teme al agua en contraposición con
Claudia que se baña
a la madrugada, y luego se
vuelve a la cama con otras virtudes femeninas adictas a la prolijidad
de la higiene o esta servidumbre finisima de su belleza recuperada;
y con sus espinas se puede, machacándolas, curar los ojos
enfermos de los enamorados,
o de los abipones, cuando regresan de la cacería en los
altos caballos como venados,
justo en la hora en que se la ve llegar
entre las flores del zamuhu, el yuchán panzudo o el palo borracho
según los distintos nombres que nosotros los paracuarios le
hemos puesto a estos árboles iguales a
mujeres (jóvenes) embarazadas por el viento de nuestra pasión cuaternaria;
nuestra exclusiva cuenta regresiva de almanaques mal llevados
y algunas lluvias intermitentes pero frecuentes que tienen de la virtud de
hacernos preguntar bajo las frondas de las palmas
¿dónde estás ahora? ¿en qué movimiento del anillo de estos árboles
concéntricos estás despertando esas bellas tormentas de
pasión que
mitigaban mi vejez y la de
Ovidio Nason, experto en cosméticas romanas
pero desconocedor rarísimo de otras plantas o árboles americanos, como
este zamuhu o palo borracho entre cuyas flores ebrias de orquídeas
hubiera querido abrir tu boca semejante a la de aquella actriz francesa o
simplemente para escándalo de los inspectores municipales,
grabar tu nombre en el árbol y con sus espinas y con sus hojas
hervidas hacerme un remedio
para no ver el momento en que nuestras naciones cayeron conquistadas
y para no ver el momento en que me dijiste
con absoluta naturalidad
que nuestro amor se había terminado. Me vengué entonces diciendo que
tus frutas eran arrugadas como zapallos que tu cuerpo
era redondo como el palo borracho que tus flores eran
fáciles de secar eran pasajeras eran marchitables y por qué no, feas,
y hubiera podido seguir diciendo muchas cosas tristes del samuhi
si no hubiera sido que hoy otra vez me llamaste en la puerta del Museo
de Ciencias Naturales,
y al abrazarnos sentimos que habíamos vuelto a
encontrar el centro del mundo y que en ese paraíso
había un árbol redondo de cuyo vientre manarían los peces de tu cuerpo.

MARIA MELECK VIVANCO

EL SALTO DE UN CABALLO

No tardaré en llegar
a los despojos sobrantes de luz
que enhebran la vida de las islas
Contemplando el ritual incesante del mar
Colmada de caparazones
Estallarán completamente inmóviles
Extraños océanos Confusos océanos
Llorados sobre mi penitencia
Con la muerte de tantos ávidos ojos
mirando hacia mi sangre
Como cálices de flores sitiadas en su fiesta
En órbitas vibrantes de artificios
sobrevoladas de ángeles
En fisuras de cielo donde la noche escinde sus ríos
Sus diamantes estáticos
Sus fríos escalpelos de hermosura
No tardaré en llegar
a los despojos sobrantes de sombra
con carruseles cósmicos y blancos elefantes dormidos
A sabiendas descorreré los velos de mi muerte
Y en los perfectos espejos encendidos
el salto de un caballo desbordará el azogue.

HECTOR VIEL TEMPERLEY

EL NADADOR

 

Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada.
Soy el hombre que quiere ser aguada
para beber tus lluvias
con la piel de su pecho.
Soy el nadador, Señor, bota sin pierna bajo el cielo
para tus lluvias mansas,
para tus fuertes lluvias,
para todas tus aguas.
Las aguas como lonjas de una piel infinita,
las aguas libres y la de los lagos,
que no son más que cielos arrastrados
por tus caídos ángeles.

 

Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada.
Tuyo es mi cuerpo, que hasta en las más bajas
aguas de los arroyos
se sostiene vibrante,
como en medio del aire.
Mi cuerpo que se hunde
en transparentes ríos
y va soltando en ellos
su aliento, lentamente,
dándoselo a aspirar
a la corriente.

 

Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada
hasta las lluvias
de su infancia,
que a las tardes crecían
entre sus piernas salpicadas
como alto y limpio pajonal que aislaba
las casonas
y desde sus paredes
celestes se ensanchaba.

 

Soy el nadador, Señor, el hombre que nada
por la memoria de las aguas
hasta donde su pecho
recuerda las pisadas,
como marcas de luz, de tus sandalias.

 

Y recuerda los días cuando el cielo
rodaba hasta los ríos como un viento
y hacía el agua tan azul que el hombre
entraba en ella y respiraba.
Soy el hombre que nada hasta los cielos
con sus largas miradas.

 

Soy el nadador, Señor, sólo el hombre que nada.
Gracias doy a tus aguas porque en ellas
mis brazos todavía
hacen ruido de alas.

ALDO PELLEGRINI

LA MUJER TRANSPARENTE

Tu voz era una bebida que yo sorbía silencioso
ante las miradas asombradas
un pájaro de luz
salió de tu cuerpo transparente
pájaro de luz
instante que revolotea
a una velocidad vertiginosa
atravesando calles y calles
persiguen tu cuerpo que huye
¿cuándo podrás alejar a la jauría enloquecida?
desamparada
te has destrozado al caer
los restos de tu cuerpo se arrastran por todos los rincones
del mundo
ah un día renacerás tú
la transparente
única, inconfundible
levemente inclinada , nunca caída
rodeada de impenetrable silencio
avanzando tu pie frágil entre la vacilante monotonía
ah un día renacerá tu risa

EDGAR BAYLEY


ME DOY CUENTA


 

ahora que viví entre dos labios
ahora me doy cuenta que no es nada
que no es nada cantar cuando se han ido
que no es nada tanto ambiguo color tanta pereza
pisar mi ambigüedad mi gallo insomne
equivocar mi bandera y mi osamenta
ahora que viví oculto abajo
ahora me doy cuenta que no es nada
mirar hacia el fondo si ha quedado
la muerte al fin trajeada de ambrosía
ahora que viajé de noche solo
y subí de un salto a la colina
ahora me doy cuenta que no es nada
pensar que mañana o que pasado
me doy cuenta claramente que no es nada
que no es nada el desamparo y la volanta
que no es nada no haber visto
haber quedado en tanto imaginar y no haber sido
ahora me doy cuenta que no es nada
ahora que miré a mi hermano cara a cara
y le vi el perdón y la pobreza
me doy cuenta claramente que su avío
que su modal su lucha se despegue
anuncian por estanques y por cuartos y burbujas
la prenda venidera el duro filamento de ser hombre.

FRANCISCO MADARIAGA

REHÉN DE LA COLINA

Oh candoroso embriagado entre loros,
entre isletas subiendo hasta el nivel de la colina,
canta en tu boca el canto ardiente de otra boca,
y cuando la sangre sube hasta tus ojos es
porque están quebradas todas las fulguraciones
del sollozo en tu pecho.
Canta, viejo rehén de la colina.
Arde, candoroso de alcohol negro, que con palmas
salvajes tienen hijos que retornan al viento,
al gemido del clima en el olor áspero y cruel
de las arañas del estero,
en aquel paisaje de cristal desprendido del fuego.

Asombra al mundo en un paisaje de enero,
OH demente,
OH luz de la humedad.
Ah colgado sediento de unos ojos,
duerme, duerme bajo la luz del padre al otro
extremo del poder y la delicadeza.
En tus ojos la berlina del viaje amarillo arde
helada.
Beso tras beso el pasajero toca la raya de ácido
caliente del retorno.
Sé piadoso con el otro limite de tu fragilidad,
padre aletargado por el sol,
presión de la locura de una tierra suspendida en
la tela del agua y del fuego.

OLGA OROZCO

ENTRE PERRO Y LOBO

Me clausuran en mí.
Me dividen en dos.
Me engendran cada día en la paciencia
y en un negro organismo que ruge como el mar.
Me recortan después con las tijeras de la pesadilla
y caigo en este mundo con media sangre vuelta a cada lado:
una cara labrada desde el fondo por los colmillos de la
furia a solas,
y otra que se disuelve entre la niebla de las grandes manadas.

No consigo saber quién es el amo aquí.
Cambio bajo mi piel de perro a lobo.
Yo decreto la peste y atravieso con mis flancos en llamas
las planicies del porvenir y del pasado;
yo me tiendo a roer los huesecitos de tantos sueños
muertos entre celestes pastizales.
Mi reino está en mi sombra y va conmigo dondequiera que vaya,
o se desploma en ruinas con las puertas abiertas a la
invasión del enemigo.

Cada noche desgarro a dentelladas todo lazo ceñido al corazón,
y cada amanecer me encuentra con mi jaula de obediencia en el lomo.
Si devoro a mi dios uso su rostro debajo de mi máscara,
y sin embargo sólo bebo en el abrevadero de los hombres
un aterciopelado veneno de piedad que raspa en las entrañas.
He labrado el torneo en las dos tramas de la tapicería:
he ganado mi cetro de bestia en la intemperie,
y he otorgado también jirones de mansedumbre por trofeo.
Pero ¿quién vence en mí?
¿Quién defiende de mi bastión solitario en el desierto, la sábana del sueño?
¿Y quién roe mis labios, despacito y a oscuras, desde mis propios dientes?

CARLOS LATORRE

LA LUZ ROJA

Entre todos los muebles que adornan los mundos interiores prefiero los carnívoros
Los armarios para las noches de tormenta
Mi lecho de reguero de pólvora
Su lecho para la materia que constantemente se transforma
El amor siempre toma la forma de los cuerpos que lo contienen
La casa se adapta a los hijos que engendra
Por eso entre dos mujeres elijo siempre a la del golpe de gracia
La que ama de arriba abajo
Entre ella y yo ponemos en marcha el largo tren del peligro.