domingo, 6 de enero de 2013

FERNANDO LORENZO



MANUAL DE LA TIERRA ARRASADA

Ya no quiero quedarme: ya he cantado
y he recorrido el sitio
y he comido
y he usado las palabras y he muerto
con un morir entre cosas esparcidas, oh país mío,
oh dolor que se abstiene
ya sólido
en su copa
como un río tallado.
¿Adónde vas, mi tierra, que yo pueda encontrarte?
Ya no quiero quedarme en un país urdido por arañas
que se hacen señas
de colina en colina
y derraman ceniza sobre el cuerpo gigante de los enamorados
vueltos como heliotropos a la lluvia felina.
Mi tierra, ahora flor acostada,
alguna vez fue un júbilo hacia arriba
junto a un abismo sin perros ni piedras familiares
donde ha caído al fin mendiga de la noche su lengua.
No te quedaban puertas. Te acosaron el vientre, te comieron
el nido de los hijos: la rosa vespertina que en su través,
sólo en tu honor crecida,
mostraba toda la primavera en un anillo.
¿Adónde vas, mi tierra, que yo pueda encontrarte?
Desde el confín donde el cóndor se desnuda como una ley del aire
se te mira, mi tierra, vieja y cansada,
con la cofia llena de jeroglíficos y números secretos.
Llueve leche sumisa que no cabe en el mundo,
leche y dátiles: alimento ofrecido para volverte a la vida
y colorir tus manos aferradas al remo
del amo.
Es el toque de queda -leche y dátiles- de familia en familia
cohabitando en las últimas pavesas.
¿Adónde vas, mi tierra, que yo pueda encontrarte?
Ya no quiero quedarme para esa melodía sin balcones al sol,
ese réquiem trotado por caballos con máscaras
donde tu cuerpo ahogado flotará eternamente
simulando la vida.

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